Ciencia, plástico y medio ambiente

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Plástico en agua potable

El agua es un alimento esencial que desempeña funciones vitales en nuestro organismo y que, a diferencia de otros nutrientes, apenas podemos almacenar, por lo que estamos obligados a su continua reposición a través del consumo de líquidos. Las sociedades desarrolladas han logrado abastecer a la población con agua de calidad mediante infraestructuras de captación, tratamiento y distribución. Sin embargo, las diferencias de calidad y la presencia ocasional de contaminantes cuestionan la eficacia de las medidas existentes, trascienden con gran facilidad a los medios de comunicación y generan preocupación en la población. En ese sentido es frecuente encontrar referencias a contaminación de aguas potables por metales, nitratos debidos a actividades agrícolas o compuestos químicos persistentes tales como los perfluorados. Los microplásticos no podían ser una excepción y como consecuencia la Unión Europea los incluyó en su Directiva 2020/2184 relativa a la calidad de las aguas destinadas al consumo humano un mecanismo de lista de observación junto con otros contaminantes emergentes, como los disruptores endocrinos.

Es un hecho probado que los microplásticos se han detectado tanto en el agua del grifo como en el agua embotellada, lo que inevitablemente plantea dudas sobre su impacto en la salud humana. Nuestras propias investigaciones han revelado su presencia tanto en agua de red como en agua embotellada. Una pregunta obvia es de dónde vienen todos estos plásticos que llegan al agua potable. La respuesta es que somos nosotros mismos los que los diseminamos en el medio. Las plantas de tratamiento captan el agua de ríos, embalses o acuíferos, y la conducen a instalaciones potabilizadoras donde se somete a procesos físicos y químicos, tales como filtración, decantación y desinfección, con el fin de eliminar impurezas y microorganismos. Una vez tratada, el agua se distribuye a través de redes de tuberías hasta los hogares. Sin embargo, los cauces reciben numerosos aportes de plásticos procedentes de una diversidad de fuentes. Las actividades industriales, agrícolas o la fragmentación durante su uso de objetos tales como los textiles sintéticos o los neumáticos de automóvil terminan llegando a los cauces fluviales de donde se abastecen las plantas potabilizadores y donde a su vez vierten las plantas de tratamiento de aguas residuales. De esta forma se genera una suerte de ciclo del plástico favorecido por el hecho de que ni las plantas potabilizadores ni las de tratamiento de aguas residuales están diseñadas para eliminar totalmente las pequeñas partículas plásticas arrastradas por el agua.

Origen y transporte de los microplásticos desde las fuentes de agua superficial hasta el agua potable tratada.

Por su parte, las plantas embotelladoras de agua toman agua generalmente de manantiales o acuíferos, presumiblemente menos contaminados que las aguas superficiales. Sin embargo ni los manantiales, ni desde luego las instalaciones de embotellado están libres de contaminación por plásticos, incluyendo el que tiene lugar por depósito atmosférico, que es ubicuo. Además, está el hecho cierto de la gran mayoría (por encima del 90%) del agua embotellada que se comercializa en el mundo se distribuye en envases de plástico, especialmente en botellas de poli(tereftalato de etileno), abreviado usualmente como PET. Estos envases son ligeros y económicos y permiten un notable ahorro de combustibles en el transporte, con la consiguiente reducción de emisiones de gases de efecto invernadero frente a otro tipo de envases, y además son moderadamente reciclables; pero al fin y al cabo son de plástico. No es sorprendente que la mayoría del plástico que se encuentra en las botellas de PET sea PET.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su informe Microplastics in drinking water, señala que, aunque los niveles actuales de microplásticos en el agua potable no parecen representar un riesgo significativo para la salud humana, la evidencia disponible es limitada. Algunos estudios sugieren que la ingestión de microplásticos podría estar asociada con inflamación y otros efectos adversos en órganos internos, aunque estos hallazgos aún no son concluyentes ya que se refieren en su totalidad a exposiciones agudas a concentraciones muy elevadas y casi siempre a polímeros poco representativos de lo que serían los contaminantes reales. Se carece casi por completo de datos con exposiciones realistas y a largo plazo por lo que no es posible llevar a cabo un análisis de riesgo mínimamente solvente. Sin embargo, el principio de precaución aconseja no minimizar riesgos difíciles de cuantificar, en respuesta a lo cual la Comisión, mediante la Decisión Delegada (EU) 2024/1441 ha establecido una metodología de referencia para medir los microplásticos en las aguas de consumo basada en espectroscopía vibracional (microscopía infrarroja o Raman).

Yendo a los datos, que en parte ya fueron objeto de comentario en una entrada anterior, investigadores de la Universidad de Columbia utilizaron en un artículo reciente una técnica Raman no lineal para estimar una concentración del orden cientos de miles de partículas plásticas por litro de agua embotellada, cifra muy llamativa que se explica por el pequeño tamaño de las partículas detectadas, la gran mayoría menores de una micra. Expresada en términos de masa, la concentración resultó ser de unos 10 ng/L. Nuestros datos para agua embotellada indicaron una concentración de partículas plásticas menores de 100 µm de 176 ng/L y totales de 1.61 µg/L. Utilizando la regla de fragmentación fractal con dimensión D = 3, nuestros 176 ng/L supondrían unos 2 ng/L menores de 1 µm, compatible con la medida (en una muestra mucho menor) del grupo de Columbia. En agua de red la concentración medida por nosotros fue unas 35 veces menor que la de la del agua embotellada e igual a 45.5 ng/L. Otros autores dan concentraciones razonablemente comparables, si te tienen en cuenta las diferencias de tamaño y la imprecisión de este tipo de estudios. Por ejemplo, en plantas de tratamiento de agua potable en Harbin, China, se midieron 0.77 μg/L (< 1 mm); en muestras de agua de red en Barcelona hasta 9.7 µg/L (0.70-20 μm); y en botellas de PET procedentes de un supermercado en Francia, 28 ng/L. Si, de nuevo por prudencia, tomamos un valor elevado, de 10 µg/L y suponemos una ingesta de 2 L de agua por persona y día, la ingesta diaria estimada (EDI) estaría en el rango 0.30-1.25 µg kg-1 día-1, un valor similar al de otros contaminantes tales como metales pesados calculados, por ejemplo, a partir de los valores guía de la OMS. Dicho de otra forma una persona que consuma 2 litros de agua al día tardaría unos 3 años en ingerir tanto plástico como contiene uno solo de los pellets vertidos por el Toconao frente a las costas de Portugal en 2024 y casi 700 años en beber la célebre tarjeta de crédito que supuestamente ingeríamos cada semana.

En definitiva, independientemente de la baja tasa de exposición y de lo incierto de los riesgos potenciales para la salud derivados de la exposición a partículas plásticas, es preciso tomar medidas para gestionar mejor los plásticos y reducir su diseminación incontrolada en el medio ambiente. Con riesgo o sin él, al abrir al grifo o una botella de agua esperamos encontrar solo agua.


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Roberto Rosal | Catedrático de Ingeniería Química | Copyright © 2025